Infantiles
La Pesca
El río era el escenario preferido para los juegos infantiles de verano. Las jornadas en el río nadando y saltando al agua desde la orilla o desde las ramas de los árboles sobre el agua se completaban con actividades de pesca, que se realizaban más por diversión que por afán recolector.
Las especies protagonistas de estas sesiones de pesca eran los renacuajos, los cangrejos y los barbos.
Los renacuajos eran objeto de recolección para la observación de su metamorfosis, guardándolos en botes de hojalata o cristal con el fin de ir siguiendo las evoluciones de las diferentes fases de su desarrollo.
La pesca de los cangrejos tenía más de deporte y de reto, pues debíamos suplir la falta de reteles con la utilización de elementos que en principio no tenían nada que ver con a pesca, o bien hacer un acto de valentía e ir a buscar a los cangrejos a su casa, es decir, metiendo la mano en las cuevas, con el riesgo que esto suponía de encontrarte con algún otro animal en lugar del preciado cangrejo., caso de ratas o de culebras de agua.
En cuanto a las artes de pesca alternativas, destacaba por su simplicidad y eficacia el ladrillo, con un funcionamiento tan simple como descansado: Bastaba con depositar un ladrillo en el río, en zona rica en cangrejos y dejarlo allí por un espacio de tiempo razonable, entre veinte minutos y media hora. Pasado ese tiempo nos metíamos en el río, y tapando con la mano los dos extremos del ladrillo lo sacábamos a la orilla para recolectar los cangrejos que había quedado atrapados en los agujeros del ladrillo. Rara era la ocasión en que no salía ningún cangrejo en el ladrillo.
En cuanto a la pesca de barbos, lo normal era cogerlos con caña, aunque había quien los cogía a mano, y quien optaba por métodos más expeditivos, como el de la botella de gaseosa de bola y el carburo.
Las cañas que utilizábamos estaban construidas de caña de bambú, a las que se les ataba un sedal en la punta, provisto de un anzuelo en el extremo y de un corcho en el ramo medio.
Como cebo solíamos utilizar miga de pan, lombrices de tierra u “ovas”, finas algas de río que escondían en su interior infinidad de especies que servía de alimento a los barbos y truchas de nuestros ríos.
La pesca se solía hacer a la vista, observando las evoluciones del corcho que indicaba la proximidad de la picada, aunque a veces dejábamos las cañas apoyadas en el suelo mientras nos íbamos a dar un chapuzón, momento que solía aprovechar los barbos para picar y desparecer río abajo con nuestros aparejos.
A diferencia de los cangrejos capturados, que eran un manjar apetecible en nuestras mesas en cualquier época del año, los barbos tenía menos valor gastronómico, por lo que en la mayoría de los casos eran devueltos al agua nada más ser pescados, a no ser que se tratara de un ejemplar de considerables peso y tamaño, en cuyo caso lo llevábamos al pueblo para presumir de nuestra habilidad.
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