Infantiles
Colecciones de cromos
El principio del curso escolar era la época propicia para retomar una de las mayores aficiones de los niños y niñas del pasado siglo.
La labor de promoción de numerosas firmas comerciales, especialmente de alimentación, nos proporcionaba la oportunidad de conocer países exóticos, deportes totalmente desconocidos para nosotros, bólidos de carrera, o estrellas del celuloide que nos llegaba a través de colecciones de cromos con imágenes de las películas de la época.
La temática de las colecciones abarcaba todos los campos imaginables: viajes, la guerra mundial, series históricas, la Biblia, los diferentes medios de locomoción, la Naturaleza o los monumentos de un país o continente determinados.
El buen coleccionista de cromos debía cumplir una serie de premisas.
Si estaba completando una colección de cromos ofrecidos por una firma comercial, la fidelidad a sus productos era de obligado cumplimiento para tratar de hacerse con el mayor número de cromos. Si por el contrario se trataba de una colección comercial, en la que los cromos se vendían en sobres, había que pensar en ahorra detrayendo de las escasas propinas de la época las monedas necesarias para ir completando el álbum
En todas las colecciones había una serie de cromos malditos, difíciles de conseguir, que se convertían en piezas codiciadas por todos aquellos que ansiaban completar el álbum, mientras que otros ejemplares abundaban en exceso, lo que les convertía devaluaba considerablemente.
El buen coleccionista siempre se movía en los recreos con sus cromos repetidos recogidos con una goma elástica, y una lista, generalmente elaborada a mano, en la que se relacionaban todos los números de los que constaba la colección, y se iban tachando los cromos ya conseguidos.
Los cambios de cromos eran todo un arte, pues la mayor o menor abundancia de un cromo determinado hacia oscilar su valor, y así, uno de los difíciles de obtener se podía cambiar perfectamente por cuatro o cinco de los normales, o bien por cualquier otro objeto susceptible de ser cambiado: peonzas, canicas, tabas, cromos de otra colección, etc.
Una vez se iban consiguiendo los cromos, el final del día era el momento elegido para pegarlos en el álbum.
En una época en que los materiales escolares eran muy escasos, y en la que aún no había hecho su aparición el papel autoadhesivo, lo más común era pegar los cromos con una pasta hecha a base de agua y harina, el famoso engrudo, hasta que hizo su aparición la goma arábiga, que facilitó enormemente tanto la fijación de los cromos a sus libros como la realización de los trabajos manuales en cartulina que nos enseñaban en la escuela.
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