Infantiles
Noche de reyes
Ya vienen los Reyes
Por el arenal
Y le traen al Niño
Un rico pañal
Campanitas verdes
Hojas de limón
La Virgen María
Madre del Señor
Noche de Reyes, la noche más mágica e ilusionante de todas las noches en la vida de un niño.
Los preparativos previos nos absorbían, sobre todo la meditada y pulcra carta a los Reyes Magos pidiendo lo imposible: el tren eléctrico que año tras año se hacía de rogar, el mecano, el caballito de madera, la casa de muñecas, la cocina completa, la caja grande de los Juegos Reunidos.
Los días que iban desde el inicio de las vacaciones navideñas hasta la noche de Reyes era un continuo cavilar sobre las opciones de recibir regalos mano de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente.
Hacíamos análisis de conciencia, lamentábamos las ocasiones perdidas de haber ido buenos, confiábamos en la mala memoria de los Reyes para que no se acordaran de las picas acumuladas durante el año, y que sólo tomaran en consideración nuestras buenas acciones.
Por si acaso, en la carta, ya advertíamos a sus Majestades que habíamos “procurado” ser buenos todo el año, por lo que esperábamos tuvieran a bien enviarnos los juguetes solicitados.
Y llegaba la noche soñada. Todos los años hacíamos el firme propósito de no dormirnos, para ver entrara a los Reyes, o al menos a sus pajes, en nuestra habitación. Pero, como todos los años, la tensión y el sueño nos vencían, y nos quedábamos sin ver a nadie de la cabalgata real. Pero eso sí, cuando veíamos que los camellos se habían bebido el agua, y que los Reyes se habían comido los dulces que a modo de agradecimiento (Y quién sabe si para moverles a la generosidad en el último minuto) les habíamos dejado en la ventana, nuestra alegría no conocía límites y corríamos raudos al salón para ver qué nos había dejado el Rey Melchor, o cualquier de sus otros dos compañeros.
Una vez más, se habían olvidado del tren, no nos había traído el escalextric, pero nos habían dejado unas botas gorila, con su pelotita verde, unos guantes de lana, un paquete de caramelos, una bufanda, un camión de madera y una colección de pinturas Alpine que junto a una moneda de 2,50 pesetas nos convertían en los niños mas felices del universo.
El día de Reyes era un continuo juego, una jornada de excitación, de acariciar los nuevos juguetes y de compartir la alegría con los más allegados, los padres, los hermanos, los amigos.
Al día siguiente, era día de escuela, y todos acudíamos a clase con los nuevos juguetes, para enseñarlos, para mostrarlos orgullosos a todos los compañeros. Y poco a poco, a medida que se iban alargando los días, los juguetes que nos había llegado de Oriente se iban arrinconando y se sustituían por otros juegos más nuestros, juguetes artesanos, juguetes cotidianos y más cercanos a nosotros.
Poco a poco, se notaba que iba llegando la primavera, nos preparábamos para un nuevo AÑO DE JUEGOS.
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