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«Villanueva de Gumiel cumple un año más con la tradición de las Marzas.»
El próximo 28 de febrero, a las 12 de la noche, la Asociación Cultural la Cardosa organiza una nueva edición de las Marzas, que cada año congrega a un mayor número de vecinos y de amigos de esta tradición.
En este nuevo año, Gumersino Ontañón continúa con el trabajo presentado en las dos últimas ediciones:
“LAS MARZAS: IDENTIDAD, SOCIABILIDAD Y ANDROCENTRISMO EN EL RITUAL MARCERO”, de Montesinos González, con el fin de seguir conociendo aspectos diferentes de este folclore popular que afortunadamente seguimos manteniendo en lugares como Villanueva.
LAS ACCIONES FESTIVAS
La primera acción ritual de las cuadrillas de marzantes era solicitar permiso: comunicar oralmente al alcalde, al cura y al maestro del lugar la celebración de las marzas. Una vez obtenida la licencia de la representación cívico-religiosa de la comunidad, el grupo recorría al anochecer las calles del pueblo, visitando todas las casas del vecindario sin distinción de estatus social. La salida de la cuadrilla solía efectuarse de la Casa Concejo, del corral de algún marcero o del pórtico de la iglesia.
Encabezados por el mozo soltero más viejo y acompañados del farolero y el cestero con su cesta de pedir las marzas, los marzantes abrían la ronda dejándose oír, mediante una algarabía de voces y relinchos o por medio del rezo de un Padre Nuestro o la Salve (cuando se partía de la iglesia). De este modo, anunciaban a la comunidad el inicio de la ronda y la alertaban, para que nadie se fuese a la cama antes de tiempo, del peregrinaje de los marceros por las puertas de sus casas. Al llegar el grupo a la puerta o al corral de un vecino, se detenía y el mozo viejo anunciaba la presencia de la cuadrilla con el saludo “a la paz de Dios, señores” o invocando el nombre de la persona principal de la casa: quien, a su vez, desde el interior del hogar, preguntaba: ¿quién llama? o ¿quién va?, a lo que el caporal respondía: ¡los marzantes! o ¿dan las marzas?. Cuando el dueño abría la puerta (esta función la desempeñaba el varón cabeza de familia o en su ausencia la mujer de la casa), el responsable de la cuadrilla preguntaba: “¿cantamos, rezamos o nos vamos?”.
El marcero zalagardón o mozo viejo de los que componían la ronda, hacía la relación de los que le acompañaban, señalando los motivos de ausencia de los que comparecían habitualmente (cumplimiento del servicio militar, enfermedad, muerte…), y a continuación (si había habido algún difunto durante el año) rezaban por él así como por las obligaciones de la casa.
Según la situación particular (de la familia, que por regla general conocían los mozos, se cantaba, se rezaba o se iban). Si en la casa había un enfermo grave, luto reciente o un dolor familiar (en casas con moribundos no se pedían marzas) y sus miembros así lo pedían (la petición de rezo recaía sobre el ama de la casa), la cuadrilla de mozos, debidamente descubiertos, con las cabezas inclinadas y arrodillados, dentro del más absoluto de los respetos y formalismos, decían: “por las obligaciones de vivos y muertos en esta casa” y rezaban un Padre Nuestro o un Ave María por el alma del difunto. Si el dueño de la casa pedía que cantaran, al tiempo que les ofrecía un trago de vino (a veces con galletas), la comparsa cantaba las marzas en presencia de todo el grupo familiar existente, con arreglo a los cánones de la tradición; unas veces, completas; otras, de manera fragmentaria. Y si había una moza casadera o un especial sentido de la hospitalidad, se cantaban las marzas largas, añadiendo al final los Sacramentos de Amor o los Mandamientos, a fin de prolongar la estancia con la moza. Algunos vecinos transigían mejor con dar la choriza, que no con aguantar la serenata a voces solas, y les entregaban la dádiva relevándoles del cántico. En determinadas zonas de la región, como ocurría en ciertos valles del Sur, los marceros entregaban, a cada mujer, un huso para que hilaran durante ese año. Este utensilio se hacía de una vara de acebo, con uno de los extremos en tres puntas.
A cambio de sus cantos, los marzantes recibían el dao, las dádivas o la limosna; es decir, un conjunto de donativos, en especie o en metálico, que la familia de la casa daba a los mozos. Estas donaciones consistían en productos comestibles o dinero que, en el caso del “real de la pandereta”, respondía a la tradicional obligación que cada casa, con moza casadera, debía cumplir, entregando a los mozos “el real de la pandereta”, para adquirir o conservar su derecho a que le colocaran el ramo de San Juan y la sacaran a bailar en la fiesta patronal o en las romerías de la comarca.Una vez recogidos los obsequios por el cestero o torrendero que los aceptaba con expresiones como: “que las ánimas lo reciban”, éste hacía una primera inspección acerca de la calidad, que a veces les engañaban dándoles huevos podridos, chorizo, tocino en mal estado o morcillas llenas de ceniza. La cuadrilla se despedía ofreciendo sus servicios: “que con la salud nos den las marzas muchos años y saben donde nos tienen cuando nos necesiten”, y exteriorizando su agradecimiento, a base de vivas al vecino donante, cuyo nombre se citaba: “¡Qué viva don Fulano y toda su familia con salud y por muchos años!”, con expresiones como: “Aquí nos han dao, buen dao, ¡viva!
¡Descarga este archivo y vente a Villanueva de Gumiel a cantar las Marzas! (Marzas VG 10.pdf)
No lo olvides: el 28 de febrero a las 12,00 de la noche, en Villanueva de Gumiel.
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